Amando de Ossorio, nacido en A Coruña en 1918, es una de las figuras más singulares y respetadas del cine fantástico español.
Su nombre está inevitablemente asociado al auge del “fantaterror” de los años setenta, pero su talento abarcó mucho más que simples películas de miedo. Desde muy joven, Ossorio mostró una profunda inclinación hacia las artes visuales. Pintor, escritor y apasionado del teatro, se formó de manera autodidacta mientras absorbía influencias de los grandes clásicos del terror gótico de Hollywood, como Frankenstein (1931) y Drácula (1931).
Antes de dedicarse por completo al cine, trabajó en radio y publicidad, y escribió varios guiones que reflejaban su interés por el misterio y lo sobrenatural. En 1956 estrenó su primer largometraje, La bandera negra, una obra con trasfondo político que fue rápidamente censurada por el régimen franquista debido a su tono crítico. A pesar de las dificultades iniciales, aquel episodio reveló su carácter rebelde, inconformista y profundamente comprometido con su visión artística.
Durante los años sesenta, Amando de Ossorio trabajó en diversos géneros —comedias, westerns y dramas—, pero su espíritu creativo siempre apuntaba hacia el terror. Su gran salto se produjo en 1972 con el estreno de La noche del terror ciego, una película de bajo presupuesto que cambiaría para siempre el panorama del cine español de género. Con ella nacieron los célebres “templarios zombis”, unos monjes no muertos que se convirtieron en iconos del horror europeo.
El éxito de La noche del terror ciego dio origen a una saga de culto que continuó con El ataque de los muertos sin ojos (1973), El buque maldito (1974) y La noche de las gaviotas (1975). Estas películas, rodadas con presupuestos modestos y pocos medios técnicos, demostraron la capacidad de Ossorio para crear atmósferas inquietantes a partir de ruinas, neblinas y paisajes costeros gallegos. Su visión del horror mezclaba lo ancestral con lo religioso, lo mágico con lo cotidiano, y lo trágico con lo poético.
El director no se limitó al terror. También experimentó con la ciencia ficción, el cine de aventuras y el erotismo simbólico, siempre desde una mirada personal. Sin embargo, el encasillamiento en el cine de serie B y las limitaciones del mercado español impidieron que su talento obtuviera el reconocimiento que merecía en vida. Su última película, Serpiente de mar (1984), marcó el fin de su carrera cinematográfica, pero no de su legado.
Con el paso del tiempo, la crítica y los aficionados al cine de culto han reivindicado a Amando de Ossorio como un auténtico autor. Su estilo visual, su uso de mitologías gallegas y su capacidad para crear mundos oscuros con recursos mínimos lo han convertido en una figura de referencia. Hoy se le considera un pionero que supo demostrar que el terror también podía ser arte, poesía y metáfora social.
Amando de Ossorio falleció en Madrid en 2001, pero su influencia sigue viva. Directores contemporáneos, tanto en España como en el extranjero, han reconocido su huella en la construcción del cine de terror moderno. Su cine, cargado de imaginación, atmósfera y simbolismo, continúa fascinando a nuevas generaciones que descubren en él el espíritu de un verdadero genio.
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