España vive actualmente una ola de calor que ha superado todos los registros previos. Según datos preliminares de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), el episodio que se extendió del 3 al 18 de agosto ha sido “la más intensa jamás registrada”, con una temperatura media que supera en 4,6 °C a olas similares del pasado.
Este calor extremo ha sido particularmente cruel en el sur, donde los termómetros han alcanzado valores cercanos a los 45 °C en numerosas zonas. La combinación de esta anomalía térmica con olas de incendios forestales ha convertido la situación en una emergencia nacional.
Desde el comienzo del verano, el Sistema de Monitorización de la Mortalidad (MoMo), del Instituto Carlos III, estima que al menos 1 149 muertes pueden atribuirse directamente a esta ola, concentrándose durante esos 16 días críticos.
Y aunque el calor no afecta por igual a todos, los grupos más vulnerables han pagado el precio más alto: de los fallecimientos, 2 529 corresponden a personas mayores de 65 años, en especial mayores de 75, cuyos padecimientos crónicos empeoraron con el calor: enfermedades respiratorias o cardiovasculares que se agravaron.
El impacto de esta ola ha sido amplio y doloroso. Al menos 23 personas murieron por golpe de calor, superando ya los fallecimientos directos registrados en toda una temporada estival anterior. Además, los servicios de emergencia y los cuerpos militares han estado al límite, combatiendo incendios que azotaron el noroeste desde comienzos de agosto.
La situación se complica por el contexto climático: olas como esta, cada vez más frecuentes y mortales, están estrechamente vinculadas al calentamiento global. Y aunque julio fue ya el mes más caluroso registrado a nivel global, estas condiciones extremas generan efectos directos sobre la salud, la agricultura, la infraestructura y el bienestar diario.
En respuesta, las autoridades han emitido alertas sanitarias y recomendaciones claras: hidratarse, evitar la exposición directa al sol en las horas centrales, cuidar a los mayores y revisar protocolos de adaptación en el trabajo al aire libre.
También conviene destacar que estas muertes por calor son estimaciones basadas en el exceso respecto a la mortalidad habitual, según el sistema MoMo, lo que las convierte en cifras orientativas, pero altamente relevantes para entender el verdadero impacto devorado por el termómetro.
Esta ola no solo rompe récords climáticos, sino que subraya la urgencia de acciones reales para proteger a las comunidades y adaptarse a un clima que ya no reconoce límites previsibles. Esta es una situación peligrosa.
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