Sin embargo, su nuevo proyecto, The Room Next Door, supone un paso diferente: por primera vez se lanza a rodar íntegramente en inglés y en suelo estadounidense.
Hablar de Pedro Almodóvar es hablar de un director que nunca deja de reinventarse. A lo largo de su carrera nos ha acostumbrado a un universo visual cargado de emociones intensas, personajes contradictorios y colores imposibles de olvidar.
La noticia despertó curiosidad desde el principio. ¿Qué ocurre cuando un cineasta tan ligado a la cultura española decide contar una historia lejos de su contexto habitual? Lo interesante es que Almodóvar no abandona su sello personal. Aunque cambia de idioma y de escenario, conserva la esencia de sus relatos: vínculos humanos, tensiones familiares, secretos que se revelan a media voz.
Esta vez lo hace a través de dos intérpretes de peso, Julianne Moore y Tilda Swinton, que aportan a la pantalla esa mezcla de fuerza y fragilidad que tanto gusta al director manchego.
El argumento gira en torno a la amistad entre dos mujeres, un vínculo que se pone a prueba en el límite entre la vida y la muerte. El tema puede sonar sobrio, pero cualquiera que conozca el cine de Almodóvar sabe que detrás de esa premisa siempre hay giros inesperados, diálogos afilados y una manera de mostrar la intimidad que conmueve sin caer en lo previsible.
Muchos críticos apuntan a que este proyecto podría abrirle las puertas a un público que todavía lo mira como un autor “de nicho” europeo. Rodar en Estados Unidos, con estrellas de Hollywood, no significa renunciar a su identidad, sino más bien tender un puente entre dos formas de entender el cine. Es como si Almodóvar hubiera decidido llevar su universo a otro idioma para comprobar si la emoción, al final, es universal.
En The Room Next Door el eje central es la experiencia del adiós. La película explora cómo afrontamos la pérdida, cómo se construyen los recuerdos y qué espacio dejamos a la reconciliación. Lo hace sin artificios, con escenas íntimas y diálogos que ponen al espectador frente a sus propias emociones.
El rodaje tuvo lugar en Nueva York y otras localizaciones estadounidenses, un detalle que refuerza la sensación de cruce cultural. Ver a Moore y Swinton bajo la dirección de Almodóvar resulta fascinante: su química trasciende la pantalla y ofrece un retrato complejo de dos mujeres que no temen mostrarse vulnerables.
El director, en entrevistas recientes, ha subrayado que esta película representa para él un viaje personal. Tras décadas de contar historias desde España, necesitaba comprobar si su mirada podía adaptarse a otro contexto sin perder autenticidad. Y la respuesta parece clara: sí, se puede.
Lo más interesante de este nuevo capítulo es la reflexión que deja abierta: ¿qué ocurre cuando un creador que sentimos tan “nuestro” empieza a dialogar con otro público, en otro idioma, sin renunciar a lo que lo hace único? Tal vez la respuesta esté en la sala de cine, cuando las luces se apaguen y descubramos si ese universo, tan reconocible en castellano, sigue latiendo con la misma fuerza también en inglés.
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